Sobre el socialismo…
El socialismo económico, tal y como fue concebido por Marx, se fundamenta en dos pilares fundamentales:
1. Propiedad pública de los medios de producción, trabajo y capital.
2. Creación de un órgano de planificación central (consejo de sabios) que determina el quien, el qué, el cuanto y el cuándo producir.
Críticas al socialismo, imposibilidad teórica y práctica
Como ya razonaron en los años 20 y 30 del siglo pasado los teóricos de la escuela austriaca de economía, encabezados por Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, y más recientemente por Jesús Huerta de Soto y Hans-Hermann Hoppe entre otros, el socialismo de tipo comunista no es posible técnicamente debido a los siguientes motivos:
1. El socialismo asume que toda la información disponible puede ser gestionada por una autoridad central (independientemente del número de gestores) pasando por alto que la sociedad actual se basa en la utilización de conocimiento muy disperso que supera ampliamente la capacidad de cualquier mente individual. Es decir, el volumen agregado de información es tan inmenso y continuamente cambiante que es técnicamente imposible concebir que pueda llegar a conocerse y gestionarse de forma centralizada por ningún órgano director. A día de hoy, no existe persona humana ni máquina capaz de recopilar, almacenar, procesar y gestionar toda la información (gustos, necesidades, circunstancias del mercado…) continuamente cambiante para organizar y coordinar de forma acertada el funcionamiento de la sociedad.
2. El tipo de información necesaria para poder producir en concordancia con los gustos y necesidades de la ciudadanía es en muchos casos subjetiva, está dispersa en la mente de los individuos, es tácita y no se puede articular formalmente, como por ejemplo las habilidades, la creatividad, el “know how”, la empresarialidad entre las que destaca la habilidad para detectar necesidades presentes y futuras de los ciudadanos o situaciones de desajuste (donde una persona desaprovecha un recurso, mientras que otra que lo necesita, no dispone de él), etc.
Es decir, no solo el volumen agregado de información es tan inmenso que imposibilita el que un órgano gestor de planificación central pueda dirigir toda la sociedad de forma coordinada, sino que en muchos casos ni siquiera podría recoger la información necesaria para ello, pues las personas aunque quisiesen, no serían capaces de transmitir los “bits” de información relativos a las actividades anteriormente mencionadas. No se puede aprender a ser buen empresario o buen futbolista en la escuela, como mucho se podrá mejorar o perfeccionar, pero, o se tiene una especial habilidad para desarrollar correctamente dicha tarea, o no se tiene.
3. No se puede transmitir la información que aún no ha sido creada. Para poder producir la cantidad de bienes y servicios demandados por la sociedad, no basta con la información sobre cómo eran las cosas en el pasado, necesitamos la del futuro, pues no se produce para satisfacer las necesidades del ayer sino del mañana (nuestros gustos y necesidades cambian continuamente). Dado que la información futura es siempre incierta, en una economía de libre mercado este problema se resuelve mediante la señal que aporta al empresario el beneficio o la pérdida. En palabras de Hayek, “el beneficio es la señal que nos dice qué debemos producir para servir a gente que no conocemos”. En una economía socialista de planificación central, al no haber beneficio ni pérdida, no disponemos de señales para poder producir en concordancia con las necesidades de la ciudadanía.
4. El ejercicio de la coacción sistemática por parte del Estado impide que el proceso empresarial descubra y cree la información necesaria para coordinar la sociedad. En este sentido, se trata de una paradoja, pues el Estado, mediante el impedimento al que somete a las personas a actuar libremente, intercambiando información, comprando y vendiendo, seleccionando…se ve eximido de la información que necesita de las personas para poder coordinar la sociedad correctamente.
5. Por último, al eliminar la propiedad privada de los medios de producción, eliminamos el incentivo que tienen los propietarios o ciudadanos para generar riqueza.
Como resumen de todo ello, el problema evidente es que como órganos gestores, aun suponiendo que somos las personas más capacitadas del país y actuamos con toda la buena fe y voluntad posible (tal vez mucho suponer), prácticamente nunca acertaremos en la toma de decisiones y no podremos coordinar la sociedad desde arriba. Generaremos escasez en unos casos y sobreproducción en otros, lo que lleva inexorablemente a una pobreza extrema, al ser los recursos limitados.
No sorprende que el socialismo, históricamente, haya recibido tanto apoyo popular. Quitar el dinero a los ricos para dárselo a los pobres, cuando la inmensa mayoría de la población es pobre, es una política que, por pura lógica matemática, debería tener un apoyo mayoritario entre la ciudadanía. Sin embargo, un estudio detallado de la ciencia económica, especialmente la aportada por los teóricos de la escuela austriaca de economía, nos puede hacer ver, que si lo que pretendemos es luchar contra la pobreza y crear un mundo más justo, estas políticas intervencionistas, tal vez, no sean las más acertadas.
Hay que tener en cuenta que la riqueza no es un juego de suma cero, la riqueza se puede crear, pero también destruir.
En mi opinión, la clave para luchar contra la pobreza, no es distribuir la limitada riqueza que exista en un momento y lugar dados, sino generar más riqueza que, en un sistema capitalista de libre mercado, se irá distribuyendo inevitablemente (quieran o no quieran los ricos) entre toda la población, de forma desigual, eso sí, pero, ¿qué otra opción tenemos? Si quitamos los peces a los que les sobran y les obligamos a dárselos a los que no tienen, solucionaremos el problema (para unos injustamente y para otros justamente, tampoco aquí estarían todos de acuerdo), pero, en cualquier caso, solo de forma temporal, pues el que sabe pescar no volverá a generar excedente y no habremos enseñado a pescar al que no sabía.
Sobre el liberalismo…
El liberalismo se basa en la defensa de las iniciativas individuales, siendo la libertad de la persona el valor supremo lo cual implica respetar escrupulosamente la libertad ajena. Propone, para ello, limitar la intervención del Estado tanto en la vida económica como en la social y cultural.
La propiedad privada es el principal ámbito de ejercicio de la libertad. Propiedad que debe ser entendida, no solo como el conjunto de bienes materiales y capital, sino también como el propio cuerpo y la vida, el conocimiento adquirido, las propias ideas y la creatividad, el tiempo del que uno dispone y las opciones entre las que puede escoger libremente.
Críticas
Dado que entiendo que en las sociedades democráticas actuales ya se ha vencido el miedo a la libertad en los ámbitos sociales y culturales (exceptuando algún que otro fanático religioso), libertades tales como poder elegir libremente la persona a la que se ama, sea hombre o mujer, nuestras creencias, el deseo de vivir o de morir y un largo etcétera, voy a centrarme en las críticas que recibe el liberalismo en su rama económica.
En primer lugar, hay que dejar claro que la posición contraria al liberalismo no es únicamente el socialismo (economía de planificación central), sino cualquier tipo de intervencionismo que se imponga de forma coactiva, mermando así la libertad de los seres humanos.
La segunda aclaración que deseo hacer, es que aquí no se trata de buenas y malas personas, es decir, no defiendo el que los míos (liberales) sean los buenos y los otros (intervencionistas) los malos, pues entiendo que todos actuamos de buena fe, con la mejor de las intenciones, buscando la mejor solución posible para toda la ciudadanía en su conjunto. Pero ocurre que en economía, así como en las otras ciencias, no importan las buenas o malas intenciones, importan los resultados. Por tanto, de lo que se trata es de dilucidar, usando los medios que tenemos a nuestra disposición, la lógica y el razonamiento, dejando la fe para otros menesteres, qué sistema (qué medio) sirve mejor en términos de utilidad y eficiencia, a nuestros propósitos (fines).
Entendiendo que hay tantos fines como seres humanos, pero, también, que compartimos el deseo de un avance y progreso de la civilización para lo cual es necesario un desarrollo y aumento del conocimiento y la consciencia, cuyo mejor aliado es la libertad.
Aclarados estos aspectos, doy paso a las críticas que recibe el liberalismo en el ámbito de la economía. Los intervencionistas defienden y justifican la intervención del Estado para corregir lo que denominan “fallos de mercado”. Argumentan que estos fallos se producen porque los individuos persiguen fines egoístas que se deben combatir con la intervención de un ente solidario que persiga el bien común. Pero, ¿realmente esto es así? ¿Es malo que las personas persigamos nuestro propio interés?
Vayamos por partes, en el fondo, ¿qué mueve a las personas a actuar?
Según Mises, los individuos actúan (emprenden la acción humana), para suprimir su propio malestar, ya sea éste una necesidad fisiológica, de seguridad, autorrealización (también el ayudar a otra persona), etc. Es, pues, en el fondo, un motivo egoísta, buscando suprimir nuestro propio malestar, lo que mueve a las personas a actuar. Una vez suprimido el malestar, se pasa a una fase de bienestar, no emprendiendo la acción hasta sentir un nuevo malestar.
Esto es así en un proceso continuo e ilimitado en el tiempo, hasta que nos llega la muerte, único momento en el cual el ser humano se libera completamente del peso de las necesidades. El problema, es que tanto el egoísmo como la envidia, son sentimientos inherentes al ser humano que han sido y siguen siendo maltratados y demonizados por muchas personas, lo que nos dificulta enormemente el aprender a gestionarlos y controlarlos debidamente.
Los sentimientos no son buenos o malos per sé, el que sea bueno o malo depende del control que podamos ejercer sobre los sentimientos y no viceversa. Al fin y al cabo, controlar nuestros impulsos y sentimientos es lo que nos diferencia del resto de animales.
Es por ello, por lo que opino que no es malo que tengamos como fin perseguir nuestro propio interés siempre y cuando no entrañe perjuicio a otras personas. Como se suele decir, la libertad de uno termina donde empieza la del otro, siendo esa “compleja” delimitación el quid de la cuestión.
Como ya dijera Adam Smith con su idea de “la mano invisible”, en un sistema capitalista de libre mercado: “…el agente económico sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste como en otros muchos casos es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones»…»no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios».
En efecto, en un mercado libre quien persigue su propio lucro* (comportamiento egoísta), se ve necesariamente obligado a servir a los intereses del consumidor (fin solidario), ya sea creando, inventando, invirtiendo, contratando o produciendo. Deberá poner a disposición del consumidor sus productos o servicios producidos (vendiéndolos), pues, si esta persona, por el contrario, decide ser el único en beneficiarse de dicho bien, no obtendrá más beneficio que el derivado de su exclusivo uso.
Si Steve Jobs hubiese decidido ser el único en usar el “Iphone”, solo él se hubiese beneficiado de este avance tecnológico, pero, en primer lugar, el precio de un único Iphone es completamente prohibitivo (incluso para Steve Jobs), y, en segundo lugar, no hubiese acumulado tan enorme riqueza. Es en ese extraño proceso en el que Adam Smith veía una especie de mano invisible (en referencia a Dios), siendo el libre mercado aquello que Dios creó para transformar causas egoístas en efectos solidarios.
[* Se entiende dentro de la legalidad, quedando fuera de este análisis aquellos que persiguen su propio lucro mediante métodos de extorsión, intimidación, robo o violencia.]
Otra crítica habitual es la referida a las enormes diferencias de ingresos entre las personas que se dan en una economía capitalista de libre mercado.
Siendo ciertas las enormes diferencias, no comparto el que esto pueda calificarse de justo o injusto. Me explico:
Que existan diferencias en cualquier ámbito de la vida, plantas, animales, seres humanos (razas, culturas, religiones, ingresos…) no implica que debamos eliminarlas por el mero hecho de ser diferentes. La historia nos muestra que muchas personas han tratado de eliminar estas diferencias por la fuerza, autoproclamándose en posesión de la verdad universal y, queriendo hacer justicia, lo que se ha conseguido es precisamente todo lo contrario, enormes injusticias con terribles consecuencias para la humanidad.
Quiero entender, que las personas que critican las diferencias entre ingresos o entre patrimonios, lo hacen porque hay personas en la actualidad que viven en condiciones infrahumanas y no tienen ni para comer, siendo que si nadie viviese en tales condiciones, no criticarían la diferencia de ingresos o patrimonios. Es decir, no criticarían el que por ejemplo una persona viviese en un piso de 80m2 y otra en una casa de 3.000m2, que una condujese un Seat y otra un Ferrari, que una solo pudiese elegir entre comer comida casera y otra pudiese disfrutar a diario de tempura de salicomia al azafrán con emulsión de ostra y sal del Himalaya, etc.
Porque, si tal fuera el caso, a estas personas se les puede decir con total rotundidad que estas “injusticias sociales” no tienen solución. No hay mente humana capaz de diseñar un sistema en donde sea posible satisfacer todas las necesidades (ilimitadas) de todos y cada uno de los seres humanos si no disponemos de recursos ilimitados a nuestra entera disposición y sin la necesidad de trabajar para ello.
A los otros, creo poder tranquilizarlos, pues, pienso que hay esperanza, que la pobreza (término subjetivo) y el hambre, aun contando con recursos limitados, se puede erradicar, porque las necesidades básicas no son ilimitadas.
Aun no siendo perfecto, y todo lo que no es perfecto es susceptible de ser mejorado, el sistema que con más eficiencia ha servido a tal propósito a lo largo de la historia de la civilización, es el capitalismo de libre mercado, sin trabas, o al menos no excesivas, al libre intercambio. Nunca antes en la historia hemos sido tantos. Nunca antes hemos tenido que alimentar tantas bocas y durante tanto tiempo. Nunca antes hemos sacado tanto provecho de los escasos recursos del planeta. Nunca antes hemos ampliado y aplicado el conocimiento (ciencia, cultura y tecnología) de forma tan rápida y efectiva.
Antes de la llegada del capitalismo todos los países eran extremadamente pobres y solo unos pocos privilegiados (aristocracia, clero y alta burguesía) vivían cómodamente. Hoy hay elevadísimas tasas de clase media y alta (solo en los países capitalistas con un alto grado de libre mercado). Esto no ha sucedido en NINGUNO de los experimentos comunistas del siglo pasado (URSS, China, Cuba, Vietnam, Corea del Norte, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, República Democrática Alemana, etc.). Creo que aunque sea solo por estos hechos, el capitalismo de libre mercado, merece ser tenido en cuenta. ¿Cuántas personas apoyarían hoy el capitalismo si hubiese tenido el mismo bagaje que ha tenido el comunismo?
Si los sueldos y salarios de las personas dentro de una misma economía no son iguales, es porque ni los gustos, ni las necesidades, ni los conocimientos y ni las habilidades de las personas son las mismas. No creo que se trate de justicia o injusticia. ¿Es acaso injusto el que Leonardo Da Vinci o Dalí hayan sido demasiado hábiles con el pincel frente a otros miles de pintores no reconocidos, y que el resto de mortales estemos dispuestos a pagar más por adquirir o disfrutar sus cuadros?
En una sociedad democrática de libre mercado, no creo que pueda valorarse como injusto el que una persona gane mucho dinero frente a otra que gane poco. Siempre y cuando, claro, ambos hayan respetado las leyes democráticamente elegidas. Estas leyes entiendo que deberían ser abstractas, de contenido general y aplicables a todos por igual. Es obvio, que si la ley, en cambio, favorece o perjudica a unos frente a otros, la cosa cambia.
El hecho de que, por ejemplo, a muchos de los ciudadanos actuales les guste el fútbol y estén dispuestos a sacrificar una parte importante de su tiempo y esfuerzo por disfrutar de unas horas viendo un partido de fútbol, no creo que pueda ser calificado de injusto por las personas que no sienten tal placer. Es el hecho de que gusta mucho y a muchos, el que hace que un buen futbolista obtenga una elevadísima contrapartida económica por sus servicios al ser su productividad muy elevada.
En cambio, sí creo que pueda valorarse como injusto el que una persona o grupo de personas pretenda imponer sus deseos sobre la libre elección de los demás, en este caso, por ejemplo, subvencionando el teatro o los museos regalando estas entradas y estableciendo un gravoso impuesto a las entradas de fútbol. Y no creo que valga poner como excusa que el fin perseguido es muy noble, que con esta medida solo pretendemos cultivar a las masas y desengancharlas del “opio del pueblo”. Si la gente decide libremente, por los motivos que sean, permanecer incultos e ignorantes, ¿tenemos derecho los “iluminados” a privarles de su libertad? ¿Cómo podemos asegurar que no somos NOSOTROS los ignorantes?
Es famosa la frase del economista Pedro Schwartz acerca de las diferencias económicas: “No me importa la desigualdad, porque no soy envidioso. Me importa la pobreza”.
Dicho esto, es cierto que política y económicamente podemos, haciendo uso de una fuerza coactiva, limitar o redistribuir las ganancias y riquezas de los individuos de una sociedad. También podemos establecer precios máximos (para por ejemplo los productos que consideremos básicos) o precios mínimos (por ejemplo para los salarios), distintos a los que libremente fijaría el mercado, pero es tarea del economista advertir a los políticos y ciudadanos de las consecuencias de tales acciones.
1. Establecimiento de precios máximos.
Si establecemos unos precios máximos para determinados productos por debajo de los que libremente fijaría el mercado, por ejemplo, porque consideramos que el pan es un producto básico que debería ser más barato, se produce inmediatamente una escasez de dicho producto tanto por vía de la demanda, que aumenta como consecuencia de ese nuevo precio del pan artificialmente reducido, como por vía de la oferta, pues hay empresarios que abandonan ese sector económico intervenido y se van a otros donde pueden obtener mayor beneficio. Luego, si el fin era que toda la población pudiese satisfacer sus necesidades de pan a un precio que habíamos considerado como “justo” o razonable, lo que conseguimos es precisamente todo lo contrario.
Tendremos una mayor escasez de dicho producto para la mayoría de la población y el florecimiento de un mercado negro con precios mayores a los que había antes de la intervención, dado que el empresario suma a sus costes, el coste del riesgo derivado de que lo descubran incumpliendo la ley. Con esta nueva situación, la mayoría de la población no tendrá acceso a dicho producto (cartillas de racionamiento, largas colas …) y las clases más altas apenas se verán afectadas, pues podrán pagar el mayor precio en el mercado negro. Por cierto, mercado negro en donde se persigue siempre al oferente pero nunca, o casi nunca, al demandante. Dejo los ejemplos a la imaginación del lector.
2. Establecimiento de precios mínimos.
Si establecemos unos precios mínimos por debajo de los de mercado, se produce el efecto contrario. Un excedente de bienes que no encuentran comprador pues no están dispuestos a comprar la misma cantidad a ese nuevo precio artificialmente elevado. Un claro ejemplo de este fenómeno lo vemos habitualmente en los mercados de trabajo intervenidos mediante la famosa y popular política del establecimiento de un salario mínimo. Cuanto más alto establezcamos ese salario mínimo por encima de lo que establecería libremente el mercado, más paro crearemos. Y como sé que esta realidad escuece a muchos (a mí, hace unos años, incluido), voy a tratar de explicar este fenómeno con mayor claridad.
Lamentablemente, es bastante común entre la mayoría de la ciudadanía criticar a los economistas tildándoles de frívolos, crueles y hasta perversos cuando analizan el mercado laboral como cualquier otro.
– ¡Cómo se atreven a tratarnos como si fuésemos mercancía!
– ¡Estamos hablando de vidas humanas, de nuestro esfuerzo y sudor! ¡De nuestros derechos como seres humanos!
Sin embargo, estas críticas son tan absurdas como criticar a un físico que nos advierte de que, a efectos de la ciencia física, es indiferente tirar por un barranco de quinientos metros de altura un coche o un bebé de tres meses, pues la consecuencia es la misma. La fuerza de la gravedad afecta a ambos cuerpos físicos por igual, y pasados “x” segundos en un caso e “y” segundos en otro, no quedará ni uno ni lo otro.
El economista, al igual que el físico, solo nos advierte de las consecuencias de realizar determinadas acciones. Uno en el ámbito de la economía y otro en el de la física, con independencia de su método de estudio, apriorístico-deductivo en el primer caso y científico experimental en el segundo.
En una economía de libre mercado, los sueldos y salarios nada tienen que ver, ni con la avaricia o generosidad de los empresarios, ni con las leyes que establezcamos. En España, se podría, por ejemplo, establecer un salario mínimo interprofesional de 3.000€/mes, pero esto supondría que unos pocos ganen más (aquellos a los que su productividad se lo permita) a costa de que otros muchos (las clases más bajas) no encuentren trabajo en absoluto. Esto es debido a que los empresarios no pueden pagar mayor riqueza al trabajador, de lo que éste aporta al proceso productivo, porque si lo hacen de forma generalizada y duradera en el tiempo, entrarán en pérdidas y se verán forzados a echar el cierre.
El motivo por el cual un trabajador en Suecia gana más que un trabajador en España, por exactamente el mismo trabajo, es debido a las diferentes tasas de capitalización de ambas economías, es decir, la acumulación de capital per cápita (físico y humano) de dicha economía. A mayor tasa de capitalización, mayor productividad y por tanto mayores salarios.
Es claro que si, por ejemplo, el capital se multiplica por dos, manteniéndose la misma población activa, aumentará la productividad y por tanto los salarios. En cambio, si es la población activa la que se multiplica por dos, manteniéndose el mismo capital, los salarios bajarán irremediablemente.
Un aumento de la productividad, no solo hace aumentar los salarios, sino que además, reduce el coste marginal de producción y aumenta, por lo general, la cantidad y calidad de los bienes y servicios que llegan al mercado. Como decía Mises: «Los beneficios ahorrados, acumulados y reinvertidos en maquinaria benefician al hombre común dos veces: primero, en su capacidad como asalariado, aumentando la productividad marginal del trabajo y por lo tanto los salarios reales de todos los que quieren trabajar. Otra vez, en su capacidad como consumidor, cuando los productos manufacturados con la ayuda del capital adicional salen al mercado y pasan a estar disponibles a los precios más bajos posibles».
En una sociedad, tan necesario es que alguien emprenda un proyecto de inversión (tiempo y/o dinero), asumiendo ciertos riesgos y tratando de mejorar, ampliar o innovar, como alguien que esté dispuesto a trabajar por cuenta ajena. Todo empresario puede ser a su vez trabajador y todo trabajador puede ser a su vez empresario. En este sentido, no hay ni buenos ni malos, ni listos ni tontos. Lo que hay son personas más adversas al riesgo (trabajadores) que desean asegurarse una ganancia a cambio de su esfuerzo, aún sabiendo que obtendrán menores ganancias que si trabajasen por cuenta propia, y otras personas que se muestras más favorables a asumir cierto riesgo si con ello creen que pueden llegar a obtener mayores ganancias futuras.
Se podría criticar el que los empresarios persigan adquirir el factor trabajo o capital al mínimo coste posible, pero en ese caso habría igualmente que criticar al consumidor que busca adquirir los productos y servicios para una determinada calidad al mínimo coste posible.
Recientemente ha surgido un grupo significativo de consumidores que apoyan lo que se conoce como “comercio justo”, que, en resumidas cuentas, supone que el consumidor paga un precio superior por un mismo bien a cambio de que se cumplan una serie de condiciones (salarios “justos”, condiciones laborales y salarios adecuados para los productores, igualdad entre hombres y mujeres…). A partir de esta nueva demanda, han surgido multitud de empresas para satisfacerla. Por su propia definición (¿qué es justo y quién lo establece?), y por la dificultad en su control, este tipo de comercio no creo que sea el más eficiente, pero, desde la óptica liberal, todo lo que suponga libre intercambio entre las partes es bienvenido.
3. Limitación o redistribución de las ganancias.
Si limitamos a un artista o genio la posibilidad de seguir enriqueciéndose mediante sus creaciones, argumentando, por ejemplo, que fruto de su éxito ha amasado demasiada fortuna y, si desea continuar con su trabajo, no podrá obtener contraprestación económica alguna, es claro que limitamos sus ingresos y, por tanto, a corto plazo se reducen las diferencias de ingresos entre la población, pero también sucede que privamos al resto de la ciudadanía de sus nuevas aportaciones, ya sean éstas ideas, obras, bienes o servicios, “empobreciendo” al resto de la población a medio/largo plazo. Este empobreciendo no es exclusivamente económico, puede ser también cultural, social, científico, etc.
Se da pues la paradoja de que el artista o genio que más éxito tiene (es decir, aquel que ofrece lo que la mayoría de la población da por bueno), sale perjudicado con nuestra política de limitación de ingresos frente a aquél cuyo arte o idea no ha sido respaldado o lo ha sido en menor medida.
Lo mismo sucede cuando limitamos los ingresos de los empresarios. La capacidad de generar riqueza requiere de una enorme y especial habilidad si se hace de forma legal. Quedan pues fuera de esta consideración todos aquellos mangantes, chorizos o corruptos, ya sean empresarios, políticos, trabajadores del sector privado o empleados públicos que, presos de la envidia y/o frustración descontrolada por no haber sabido o podido hacer fortuna por la vía legal, tratan de lograr sus fines usando todo tipo de artimañas.
Tal y como está estructurada la sociedad democrática actual, con elevados impuestos, donde más daño hace la corrupción es arriba, concretamente entre las grandes empresas y la administración pública gestionada por los distintos partidos políticos que están en el poder.
Analicemos por último, qué sucede si redistribuimos las ganancias de determinados ciudadanos de forma obligatoria por medio de impuestos.
Si la redistribución es voluntaria, no tendría por qué haber consecuencias negativas más allá del coste de oportunidad, esto es, si por ejemplo un rico empresario decide donar la mitad de su fortuna a una aldea congoleña para crear escuelas, hospitales y por favor también fábricas u otras formas de generar ingresos para poder subsistir posteriormente, tendrá un efecto muy positivo para dicha aldea y para el rico empresario, que se sentirá feliz por haber ayudado de forma voluntaria. El coste de oportunidad es todo aquello que pudo hacer con la mitad de su fortuna y no hizo, como, por ejemplo, ayudar a una aldea mozambiqueña o emprender otros proyectos empresariales.
Cosa distinta es si la redistribución es vía impositiva. Aquí sí que hay consecuencias negativas en tanto en cuanto no es un acto voluntario por ambas partes y por ello este sistema, en mi opinión, NUNCA podrá considerarse como justo. Es cierto que el Estado ofrece una serie de servicios a cambio de nuestros impuestos, pero nosotros no los elegimos libremente. Es como si un supermercado nos hiciese la cesta de la compra en nuestro nombre y fijase por ley el precio que estamos obligados a pagar por el lote completo.
El impuesto implica imposición, pero el daño será menor cuanto más neutro sea y cuanto más “voluntaria” parezca dicha imposición, es decir, el contribuyente debe percibir el establecimiento de impuestos no ya como algo completamente voluntario, pero sí como algo muy positivo. Esto debe ser percibido no solo por unos pocos, sino por la inmensa mayoría de los contribuyentes, cuantos más lo vean así, menor daño causará el impuesto. Parece obvio, que para que esto se produzca, el impuesto debería siempre revertir en beneficio de la sociedad, he aquí el problema, pues no todas las personas tienen en común los mismos fines, y, sobre todo, nadie los prioriza de igual forma.
En la práctica, la imposición genera infinitud de injusticias, distorsiona el mercado y la asignación de recursos y no disminuye las desigualdades. Es más, tiende a aumentarlas, pues las personas o empresas con mayores recursos siempre encuentran la forma de evadir impuestos, siendo las clases medias las que mayor carga impositiva soportan.
También en el caso de la redistribución de la renta se da la paradoja de que, pretendiendo hacer justicia, perjudicamos al artista, genio, empresario o trabajador que más valor añadido aporta a la sociedad frente a los que menos aportan. Es decir, al cantante que vende muchos discos, al genio cuyo invento hace avanzar la sociedad, al empresario que crea más puestos de trabajo y al trabajador más eficiente y productivo les “premiamos” aumentando considerablemente sus impuestos.
En cambio, al cantante que solo vende discos a sus familiares y amigos, al genio inventor de los calzoncillos con cremallera, al empresario que se ha dormido en los laureles y al trabajador que todo empresario quisiera para su competencia les “castigamos” retribuyéndoles con parte de las ganancias de los otros.
En resumen, la economía de todo un país, donde interactúan diariamente millones de personas, comprando, vendiendo, trabajando, produciendo…es ciertamente un sistema altamente complejo que no creo que pueda llegar a gestionarse desde arriba. A los gobernantes les resultará prácticamente imposible poder prever con antelación todas y cada una de las consecuencias fruto de sus intervenciones. Algo similar a lo que ocurre con el llamado “efecto mariposa”, donde la más mínima variación de las condiciones iniciales o “reglas del juego”, puede provocar que el sistema evolucione en formas completamente diferentes a las perseguidas.
Quiero terminar haciendo especial hincapié en que considero LA LIBERTAD, EL VALOR SUPREMO DEL SER HUMANO, la consciencia su mejor aliado y el miedo su mayor adversario. Pero, aun considerando la libertad el valor supremo, creo que nadie debería hacer uso de la violencia para tratar de imponerla, pues, ésta, como la vida misma, llegará cuando se den las circunstancias necesarias para ello.
La libertad ofrece al ser humano un sinfín de derechos, pero igual número de responsabilidades y si exigimos libertad, debemos también actuar con responsabilidad, ¿no es esto acaso lo que les pedimos a nuestros hijos cuando nos reclaman mayor libertad?
Dos ejemplos de dicha responsabilidad son el cuidado del medio ambiente y el de nuestras propias finanzas. El primero, porque después de nosotros vendrán otros que también deberían tener derecho a disfrutar del planeta, y el segundo, porque no podemos reclamar al Estado total independencia económica y, si vamos a la bancarrota, su amparo. Este privilegio corresponde únicamente a nuestros queridos bancos, pero esa, ya es otra historia…
Artículo escrito por:
Jorge Pérez Montes
Afiliado al Partido de la Libertad Individual
www.p-lib.es
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