Ni siquiera los ordenadores más potentes del mundo pueden realizar traducciones fieles en tiempo real y, sin embargo, los intérpretes lo hacen con facilidad.
Geoff Watts habla con los neurocientíficos en búsqueda de una explicación para esta extraordinaria capacidad.
Autor del artículo en inglés: Geoff Watts.
Una mañana de verano visité la oficina de las Naciones Unidas en Londres. La sede central de la Organización Marítima Internacional (OMI) se sitúa en la orilla sur del Támesis, a poca distancia aguas arriba de las cámaras del Parlamento británico.
Conforme iba acercándome, percibí que la proa de un barco, esculpida en metal, estaba inserta, como si de una nariz se tratara, en la planta baja de este edificio que de lo contrario hubiera parecido simplón.
Dentro me encontré con cerca de una docena de traductoras de la OMI. Estaban sonrientes y dicharacheras e iban mejor vestidas de lo que uno hubiera podido esperar tratándose de personas a las que se escucha, pero rara vez se ve.
Subí las escaleras para ir a las acristaladas cabinas en las que me preparé para presenciar algo tan absolutamente extraordinario como completamente rutinario.
La cabina era poco mayor que una cabina de teléfono, muy luminosa pero con poca ventilación. Bajo nosotros se encontraban los escritorios cuidadosamente colocados en semicírculo de los representantes. Casi la mitad estaban ocupados por hombres vestidos con trajes.
Me senté detrás de dos intérpretes cuyos nombres eran Marisa Pinkney y Carmen Soliño, y enseguida los representantes empezaron a hablar. Pinkney encendió su micrófono. Se paró durante un momento y después empezó a traducir al español lo que el representante decía en inglés.
Ahora, vamos a analizar paso por paso lo que esta traductora hizo aquella mañana y clasificaremos en detalle las partes del proceso.
Mientras el representante pronunciaba su discurso, Pinkney tenía que buscar el sentido de un mensaje elaborado en una lengua origen. Simultáneamente, tenía que interpretar y articular el mensaje en otra lengua. El proceso requería de una extraordinaria mezcla de habilidades sensoriales, motoras y cognitivas, todas ellas tenían que funcionar al unísono.
La intérprete lo hacía continuamente y en tiempo real, sin pedir al ponente que aminorara la marcha ni que le aclarase nada. No tartamudeaba ni se detenía.
Nada en nuestra historia evolutiva puede haber programado el cerebro de Pinkney para una tarea tan peculiar y agotadora. Llevarla a cabo precisa de una versatilidad y matices que se encuentran fuera del alcance de los ordenadores más potentes.
Es un milagro que su cerebro, de hecho, que cualquier cerebro humano, pueda hacer todo esto.
Los neurocientíficos llevan décadas investigando el lenguaje y han elaborado numerosos estudios sobre hablantes plurilingües. Con todo, entender este proceso, el de la interpretación simultánea, supone un todavía mayor desafío científico. Son tantísimas cosas las que ocurren en el cerebro de un intérprete que es difícil incluso saber por dónde empezar.
A pesar de las dificultades, hace poco, un puñado de entusiastas han aceptado el desafío y hay una región del cerebro, el núcleo caudado, que ha llamado especialmente la atención de estos científicos.
No se trata de un área especializada en el lenguaje; los neurocientíficos lo saben por el papel que desempeña en procesos como la toma de decisiones o la confianza. Es más bien una especie de director de orquesta, ya que coordina la actividad de muchas regiones del cerebro para producir comportamientos sorprendentemente complejos.
Esto significa que los resultados de estos estudios sobre la interpretación parecen conducirnos de nuevo a una de las ideas más importantes que han emergido de la neurociencia a lo largo de los últimos 20 años. Ahora está claro que muchas de nuestras capacidades más sofisticadas son posibles, no gracias a regiones especializadas del cerebro dedicadas a tareas específicas, sino a la velocísima coordinación entre las áreas que controlan las tareas más generales. Tareas tales como el movimiento y el sentido del oído.
Parece que la interpretación simultánea es una hazaña solo posible gracias a la conexión interna de nuestros cerebros.
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La interpretación simultánea tiene un cierto aspecto dramático. Puede que se deba a su historia: la creación de la Sociedad de Naciones tras la Primera Guerra Mundial trajo consigo la necesidad de estos profesionales, y el uso de la técnica de interpretación durante los juicios de los principales responsables nazis en Nuremberg pusieron en relieve su potencial.
No obstante, seguía habiendo dudas acerca de su exactitud; el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no adoptó por completo los servicios de interpretación simultánea hasta principios de la década de los 70. «Hasta entonces no confiaban en los intérpretes», afirmó Barbara Moser-Mercer, una intérprete e investigadora de la Universidad de Ginebra.
Con todo, ahora a las dos capitales que desde siempre han acogido conferencias mundiales plurilingües —las oficinas de las Naciones Unidas de Ginebra y Nueva York— se les ha unido Bruselas, puesto que la expansión de la Unión Europea incorpora más y más lenguas. Ya son 24, y en algunas reuniones se precisa la interpretación de cada una de ellas.
Mirar hacia abajo, donde se encontraban los representantes de la OMI, me hizo recordar la visión desde la pasarela del capitán o desde un estudio de televisión. Experimenté una sensación de control, una reacción contradictoria si tenemos en cuenta que control es de lo que más carecen los intérpretes.
Las palabras que murmuran y la velocidad a la que hablan la determinan los demás. Incluso aunque Pinkney y Soliño tenían copias de algunos de los discursos que se habían preparado para aquella mañana, tenían que estar preparadas para las pequeñas adiciones cómicas.
Los juegos de palabras, ironía o bromas con elementos culturales específicos representan la pesadilla de cualquier intérprete. Tal como un intérprete señalaba en un artículo académico, «Los intérpretes no deberían intentar traducir los juegos de palabras basados en una sola palabra que tiene varios significados en la lengua origen, ya que el resultado probablemente no será gracioso». Totalmente de acuerdo.
Muchos de los delegados hablaban en inglés, así que la cantidad de trabajo para Anne Miles responsable de interpretar hacia el inglés era más bien baja. Miles habla francés, alemán, italiano y ruso, y lleva ya dedicados a la interpretación 30 años.
Entre intervención e intervención, me hablaba del orden de las palabras, otro desafío al que los intérpretes se enfrentan todos los días. «En el caso del alemán, la palabra «nicht«, su «no», puede aparecer al mismísimo final de la frase. Así que puede que te emociones y que luego el orador diga al final «nicht«. Si eres un hablante nativo alemán puedes ver llegar el «nicht» por la entonación».
El orden de las palabras representa un peculiar problema en las reuniones de pescadores, a las cuales Miles afirma temer. En una oración larga sobre la variedad de pescado que sea y en una lengua en la que el sustantivo -el nombre del pescado- llega al final de la frase, el intérprete no puede adivinar el tema de la frase hasta que esta no se ha completado.
Al mal tiempo, buena cara, por supuesto. Miles me habló de una reunión sobre agricultura en la que los delegados conversaban sobre el semen congelado del toro; un intérprete al francés lo tradujo como «matelot congelés», es decir, «marinero congelado».
También me contó uno de sus propios errores, el cual cometió cuando un representante hablaba de la necesidad de organizar algo «avant Milán» («antes de Milán»), siendo dicha ciudad la sede de una próxima reunión. Miles no estaba al corriente de la cumbre de Milán, así que lo tradujo como que la cuestión no iba a solucionarse en «mil años».
Algunos oradores hablan demasiado rápido. «Existen varias estrategias. Algunos intérpretes piensan que lo mejor es simplemente parar y decir al representante que está hablando demasiado rápido». Miles no encuentra esta estrategia útil porque la gente tiene un ritmo natural y es probable que alguien a quien le pides que vaya más despacio vuelva a coger velocidad otra vez. La alternativa es sintetizar. «Tienes que ser rápido asimilando. No es solo cuestión de habilidad con el lenguaje, se trata de ser rápido mentalmente y de aprender rápido».
Estos desafíos hacen que la interpretación simultánea sea agotadora y explican por qué los dos intérpretes se turnan para descansar cada media hora. Verlo en video es incluso peor. «Odiamos eso», me cuenta Miles. Los estudios confirman que el proceso es más agotador y estresante, probablemente porque el lenguaje corporal y las expresiones faciales trasladan parte del mensaje y resultan más difíciles de descifrar cuando se trabaja a distancia. «Tienes poquísimas pistas visuales en cuanto a lo que está pasando, a pesar del vídeo», afirma Miles.
Luego está el tedio. Puede que las conversaciones sobre la crisis en Nueva York resulten apasionantes, pero es probable que el político de a pie (ni que decir tiene el técnico medio en reglamentos marítimos) no te deje fascinado durante horas.
Puede que el público se duerma, pero el intérprete debe continuar alerta. A medida que la reunión sobre barcos se convertía en una neblina políglota de detalles y resoluciones de los procedimientos, cada uno con apartados y subapartados, me di cuenta de lo agotador que debe ser este estado de alerta.
En mi caso, teniendo en cuenta que me he quedado dormido en muchos congresos científicos (incluso en una ocasión cuando presidía), me asombró la fortaleza de los intérpretes.
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Moser-Mercer, una profesional que domina el alemán, inglés y francés, se formó como intérprete antes de que la neurociencia la sedujera. «Me intriga mucho saber lo que ocurre en mi cerebro mientras interpreto», declara. «Pensé que tenía que haber una manera de averiguarlo».
Cuando llegó a la Universidad de Ginebra en 1987 no había manera de hacerlo, al Departamento de Interpretación le preocupaba la formación, no la investigación. Así que se dedicó a crear uno colaborando con sus colegas neurocientíficos.
«El lenguaje es una de las funciones cognitivas más complejas del ser humano», me contaba en mi visita reciente Narly Golestani, el jefe del laboratorio de neurociencia y lenguaje de la universidad. «Se han realizado muchas investigaciones sobre el bilingüismo. La interpretación va un paso más allá porque las dos lenguas están activas al mismo tiempo. Y no solo en una modalidad, ya que percibes y produces a la vez. De esta manera, las regiones del cerebro implicadas trabajan a un nivel altísimo, más allá del nivel del lenguaje».
En Ginebra, como en muchos otros laboratorios de neurociencia, se trabaja con imágenes por resonancia magnética funcional (IRMf). Mediante dichas imágenes, los investigadores pueden observar el cerebro mientras desempeña una determinada tarea. Aplicado a la interpretación, ya ha revelado la red de áreas cerebrales que hacen posible este proceso. Una de estas áreas es la de Broca, conocida por el papel que desempeña en la producción del lenguaje y en la memoria de trabajo, la función que nos permite mantener el control de lo que pensamos y hacemos. Esta área se encuentra también relacionada con las regiones vecinas que ayudan a controlar la producción y comprensión del lenguaje.
«En la interpretación, cuando una persona escucha algo y tiene que traducirlo y hablar al mismo tiempo, se produce una interacción funcional muy fuerte entre estas regiones», afirma Golestani.
Hay muchas más regiones que parecen estar implicadas y existen infinitas conexiones entre ellas. La complejidad de esta red ha disuadido a Moser-Mercer de abordarlas todas a la vez; desentrañar el trabajo de cada componente podría haber resultar demasiado.
En lugar de ello, los investigadores de Ginebra tratan cada elemento como si de una caja negra se tratara, y se centran en entender cómo se vinculan y coordinan las diferentes cajas. «Nuestra investigación busca entender los mecanismos que permiten al intérprete controlar estos sistemas de manera simultánea», declara un miembro del equipo llamado Alexis Hervais-Adelman.
Dos regiones del cuerpo estriado, el antiguo núcleo del cerebro, se han alzado como las responsables de esta función de gestión ejecutiva: el núcleo caudado y el putamen. Los neurocientíficos ya sabían que estas estructuras desempeñaban su papel en otras tareas complejas, entre las que se incluyen el aprendizaje, así como planear y ejecutar movimientos. Hervais-Adelman y sus compañeros afirman que este hecho significa que no existe una zona única del cerebro dedicada en exclusiva a controlar la interpretación.
Como en el caso de muchos otros comportamientos humanos estudiados mediante IRMf, parece ser que la interpretación se lleva a cabo gracias a la intervención de múltiples áreas, y las áreas del cerebro que controlan el proceso son generalistas, no especializadas.
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Una de las cosas que me llevó a escribir este artículo fue una conversación bastante trivial.
Alguien me habló de un intérprete simultáneo tan hábil que podía hacer un crucigrama mientras trabajaba. No me mencionaron ni nombre ni fecha ni lugar, así que mi posición era más bien escéptica. Sin embargo, por curiosidad, contacté con unos cuantos intérpretes profesionales. Uno contaba que quizás había sido algún rumor; los otros no se lo creían. Un mito urbano, decían.
Le pregunté a Moser-Mercer si los intérpretes podían en alguna ocasión hacer algo más mientras interpretaban. Me contó que en este trabajo en el que predominan las mujeres, algunas hacen punto o solían hacerlo antes, cuando estaba más de moda.
No es difícil entender que una actividad manual repetitiva puede complementar la actividad intelectual de la traducción. Pero, ¿hacer un crucigrama?
Moser-Mercer no lo ha intentado, pero afirma que en circunstancias excepcionales, si se trata de un tema familiar u oradores fáciles de seguir cree que podría hacerlo.
El que una hazaña tal pueda realizarse es una señal más sobre lo interesante de lo que ocurre en los cerebros de los intérpretes simultáneos. Hay más razones para creer que los cerebros de los intérpretes se ven moldeados por la actividad desarrollada en su profesión.
Así, por ejemplo, son capaces de ignorarse a ellos mismos. En circunstancias habituales escuchar tu voz resulta esencial para supervisar tu discurso. En cambio, los intérpretes tienen que concentrarse en lo que otro dice, así que aprenden a prestar menos atención a su voz.
Este hecho se estudio por primera vez hace 20 años en un sencillo experimento ideado por Franco Fabbro y sus compañeros de la Universidad de Trieste en Italia.
Fabbro pidió a 24 estudiantes que recitaran los días de la semana y los meses del año en el orden contrario mientras se escuchaban a sí mismos a través de unos auriculares. Primero se escuchaban a sí mismo en tiempo real. Después repitieron el ejercicio, ahora escuchaban su voz con retrasos de 150, 200 y 250 milisegundos. Incluso un ligero retraso trastornaba el discurso, forzando a los estudiantes a aminorar el ritmo, tartamudear e incluso paralizarse.
Efectivamente muchos de los estudiantes sufrían estos problemas. Sin embargo, la mitad de los estudiantes estaban en tercer o cuarto curso de la escuela de traductores e intérpretes. Este grupo no sufrió interrupciones significativas.
Algunos de los hábitos que adquirimos en el entorno laboral nos acompañan a nuestra vida cotidiana. Una manera que tienen los intérpretes experimentados de adquirir mayor rapidez consiste en aprender a predecir lo que los oradores están a punto de decir.
«Siempre anticipo el final de la frase, no importa con quién esté hablando ni si llevo o no puestos los auriculares», afirma Moser-Mercer. «Nunca espero a que acabes tu frase. Muchos de nosotros , los intérpretes, sabemos estos gracias a nuestras parejas e hijos. “Nunca me dejas terminar…”. Y es verdad. Siempre intentamos adelantarnos».
Los intérpretes también tienen que ser capaces de afrontar el estrés y de controlarse cuando trabajan con oradores difíciles. Leí un informe, basado en cuestionarios a intérpretes, que sugería que los miembros de la profesión eran, como consecuencia de su trabajo, muy retorcidos, temperamentales, irritables y algo engreídos.
Puede ser, pero no encontré tales rasgos en Marisa, Carmen ni Anne.
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Hace unos años, los investigadores de Ginebra pidieron a 50 estudiantes políglotas que se sometieran a un escáner cerebral para realizar una serie de ejercicios relacionados con el lenguaje.
En uno de ellos, simplemente escuchaban una oración sin decir nada. Otro de los ejercicios implicaba que los estudiantes repitiesen la oración en la misma lengua. El tercero era el que requería más esfuerzo: a los individuos se les pedía que repitieran lo que estaban escuchando, en esta ocasión traduciéndolo a otra lengua.
Parecería que, en lo que al aspecto cognitivo se refiere, representase un gran paso. Al principio los estudiantes solo tenían que escuchar y luego repetir. La tercera tarea requería que pensasen en el significado y en cómo traducirlo, que interpretaran simultáneamente.
En cambio, los escáneres no revelaban una actividad neuronal excepcional. «No suponía un gran aumento en la actividad neuronal», afirma Hervais-Adelman.
Por ejemplo, no se localizó ninguna actividad adicional en las regiones que se encargan de la comprensión y de la articulación. «Se trataba solo de unas pocas regiones específicas que se encargaban de la carga extra que suponía interpretar». Estas regiones incluían áreas encargadas del movimiento, como la corteza premotora y el núcleo caudado.
Es decir, la interpretación posiblemente consista en gestionar recursos especializados, en lugar de en añadir más recursos.
Esta idea sigue sin confirmarse, pero el equipo de Ginebra parece tenerlo más claro tras ver los resultados de nuevos escáneres IRMf realizados a estudiantes poco más de un año después.
Durante dicho periodo, 19 de los estudiantes que regresaron se habían dedicado un año a formarse en la interpretación de conferencias, mientras que los otros habían estudiado otras disciplinas.
Los cerebros de los intérpretes instruidos habían cambiado, en especial algunas partes de la parte derecha del núcleo caudado, pero no de la manera en que quizás la mayoría esperaría: la actividad en esta zona se reducía durante la labor de interpretación, en lugar de aumentar.
Posiblemente, el caudado coordinaba en estos casos con mayor eficacia o había aprendido a sacar más de la misma tarea.
«Puede ser que a medida que las personas adquieren más experiencia en interpretación simultánea presenten menos necesidad para el tipo de respuestas controladas que origina el caudado», declara David Green, un neurocientífico de la University College de Londres que no participaba en el trabajo llevado a cabo en Ginebra.
«El caudado desempeña un papel en el control de todos los tipos de actividades que requieren cierta habilidad. Y existen otras investigaciones que muestran que a medida que las personas adquieren más habilidad en una tarea, la actividad que se registra en esta zona es menor».
Lo que los trabajos de Ginebra sugieren (que interpretar consiste en coordinar más áreas del cerebro especializadas) parece coincidir con lo que los intérpretes cuentan sobre cómo trabajan. Para ser realmente eficaz, un intérprete simultáneo debe poder usar diferentes técnicas. «El proceso mental tiene que adaptarse a unas circunstancias variables», afirma Moser-Mercer, quien todavía hace unas 40 a 50 interpretaciones al año, sobre todo para las diferentes agencias de las Naciones Unidas.
«Puedes encontrarte con un sonido de calidad pésima o con un orador de fuerte acento o puede tocarme un tema del que no sabes mucho. Por ejemplo, no interpretaría a un orador rápido de la misma manera que a uno lento. La estrategia que tienes que seguir es diferente en cada caso. Si no hay tiempo para concentrarse en todas y cada una de las palabras que se dicen tienes que elaborar una especie de muestra inteligente».
Posiblemente, las flexibles operaciones que las redes cerebrales realizan durante la actividad de la interpretación permitan a los profesionales optimizar estrategias para lidiar con los diferentes tipos de discurso. Así mismo, diferentes intérpretes que escuchan el mismo discurso emplearán diferentes estrategias.
Los resultados de la investigación del grupo en Ginebra también encajan con un tema más amplio dentro la neurocirugía.
Cuando en 1990 el uso de IMRf se hizo más habitual, los investigadores se apresuraron a identificar las áreas cerebrales implicadas en todo tipo de comportamientos, entre los que se incluyen, por supuesto, el sexo (varios investigadores escanearon los cerebros de individuos mientras experimentaban un orgasmo).
Sin embargo, de algún modo, estos nuevos datos no demostraron ser muy útiles, en parte debido a que los comportamientos complejos tendían a no estar controlados por una sola área del cerebro.
Ahora, el énfasis se ha trasladado a la tarea de comprender cómo interactúan las diferentes áreas.
Los neurocientíficos han descubierto que, por ejemplo, cuando reflexionamos sobre una posible compra, una red de áreas, entre las que se incluyen la corteza prefrontal y la ínsula, nos ayuda a decidir si el precio nos parece bien o no.
La interacción entre otros conjuntos de áreas cerebrales, entre los que se incluye la corteza entorrinal y el hipocampo, nos ayuda a almacenar recuerdos de los trayectos entre distintos lugares.
Esta comprensión más profunda se ha hecho posible en parte gracias a las mejoras en la tecnología de los escáneres. En el caso del caudado, ahora puede distinguirse la actividad en esta zona de la que se produce en otras partes de los ganglios basales, el área cerebral más grande dentro de la cual se sitúa.
Los actuales escáneres con una mayor precisión han revelado que el caudado suele implicarse en las redes neuronales que regulan la cognición y las acciones físicas, un papel que lo sitúa en el centro de un increíble y amplio rango de tareas.
Tal y como un equipo de investigadores británicos señalaban en un artículo publicado en 2008: los estudios de Ginebra señalan que el caudado ayuda a controlarlo todo, desde «la decisión de una rata de presionar una palanca hasta la decisión humana sobre cuánto confías en la otra parte durante un intercambio financiero».
John Parkinson de la Universidad Bangor de Gales era uno de los autores del artículo de 2008. Le pregunté si en un principio se hubiera podido imaginar que el caudado se veía implicado en la interpretación simultánea, a lo que contestó que no. «El caudado está implicado en la intencionalidad de una actividad, en dirigir hacia un objetivo. No tanto en llevarlo a cabo sino más en por qué lo estamos haciendo».
Después reflexionó sobre lo que los intérpretes hacen. Los ordenadores traducen de memoria, a menudo con resultados irrisorios. El ser humano tiene que pensar en el significado y la intención. «De hecho, el intérprete debe intentar identificar cuál es el mensaje y traducirlo», afirma Parkinson. También piensa que tiene sentido que el caudado esté implicación en esta actividad.
Dado que la investigación de Ginebra es conducida en parte por un departamento universitario cuyo objetivo principal es el de formar intérpretes, es natural preguntarse si sus descubrimientos científicos pueden de alguna manera tener una aplicación práctica directa.
Moser-Mercer y sus colegas se cuidan de realizar afirmaciones exageradas y desechan toda sugerencia de que se podrían usar los escáneres cerebrales para determinar el progreso de alumnos o seleccionar candidatos con aptitudes para la interpretación.
Sin embargo, aunque el estudio de la actividad de interpretar simultáneamente no tenga una aplicación inmediata, sí nos ha permitido aumentar nuestro conocimiento sobre las vías neuronales que unen el pensamiento con las acciones y puede que en un futuro ayude a los neurocientíficos a adquirir un conocimiento más profundo del cerebro interconectado.
Como paso siguiente, el equipo de Ginebra quiere explorar la idea de que algunos aspectos cognitivos superiores han evolucionado a partir de comportamientos más simples y antiguos desde el punto de vista de la evolución. Sugieren que el cerebro ha construido su abanico de capacidades cognitivas más complejas sobre un nivel inferior, un nivel en el que se encuentran lo que ellos llaman procesos «esenciales», tales como el moverse o alimentarse.
«Esto sería una manera muy eficaz de hacer las cosas», me cuentan Moser‑Mercer y sus colegas en un correo electrónico. «Sería muy práctico para el cerebro evolucionar reutilizando o adaptando sus procesadores para desarrollar diferentes tareas. También tiene sentido conectar los componentes cognitivos relacionados con el control directamente al sistema que se hace cargo de realizar la acción o comportamiento».
La interpretación simultánea, con su estrecha relación bidireccional entre cognición y actividad, puede resultar ser un banco de pruebas perfecto para estas ideas.
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Hasta aquí el artículo traducido. Espero que os haya fascinado tanto como a mí, de momento, si queréis experimentarlo directamente para una conferencia o reunión a gran escala, ya sabéis que nuestros intérpretes simultáneos siempre están disponibles.
Traducción al español por Ana Rubio Ruiz. Revisado por Adrián Pérez.
Artículo original en inglés: http://mosaicscience.com/story/other-words-inside-lives-and-minds-real-time-translators